miércoles, julio 23, 2008

El sutil ejercicio de la discriminación

Le enviamos el artículo publicado el día martes 22 de julio del 08 en el periodico: Milenio Sección: Escriben.

El sutil ejercicio de la discriminación

Roberto Blancarte

Hay diversas formas de discriminación: existe la discriminación abierta, que se hace ante los ojos de todos, y la discriminación velada, que se oculta bajo criterios legales, políticos, culturales o religiosos; existe la discriminación consciente, que se efectúa con todo el conocimiento de causas o efectos, y la discriminación inconsciente, que se hace sin pensar y sin tener verdadero conocimiento de que se está haciendo. Para mi gusto, ésta es la peor de las formas de discriminación, porque se realiza en la ignorancia y porque es la más difundida de todas. Es aquella discriminación que vemos todos los días, la que amparan algunas leyes y algunos estatutos especiales y la que se lleva a cabo prácticamente sin que nos demos cuenta.

Hago referencia a lo anterior porque la semana pasada tanto el presidente de la República, Felipe Calderón, como su secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, en sendas ocasiones (el primero recibió a la jerarquía católica y el segundo entregó registros a diversas asociaciones religiosas) hicieron referencia al Estado laico. Y es precisamente dicho Estado el que garantiza la igualdad de todas las creencias ante la ley, consecuentemente en el goce de los derechos de cada quien, independientemente de su religión, de su agnosticismo o no-creencia. Desafortunadamente, más allá de lo que cada quien entiende por Estado laico, lo cierto es que la discriminación que éste pretende evitar es muchas veces practicada, incluso por quienes dicen defenderla. El problema es cultural y va más allá de lo legal. La discriminación está tan enraizada en nuestras costumbres, que apenas si nos damos cuenta que la estamos realizando.

Doy un ejemplo de lo anterior: hace algunos años, cuando me tocó ser coordinador de Asesores de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación, tuve que ir a discutir con los asesores de la Subsecretaría de Población y Migración, que en ese momento era otra subsecretaría, pues no estaban unidas como hoy lo están. Se trataba de dilucidar si migración tenía razón en querer expulsar a una serie de ministros de culto de una Iglesia extranjera que estaba vendiendo aguas milagrosas, lo que para los funcionarios de esa subsecretaría era a todas luces un fraude. Sin que yo tuviera particular simpatía por la Iglesia en cuestión o por sus ministros de culto, les tuve que decir a los asesores del subsecretario de Población y Migración que si ellos iban a clausurar recintos religiosos porque allí se estaban vendiendo productos milagrosos, tendríamos que ir a clausurar en primer lugar la Basílica de Guadalupe, pues allí se vendían muchas cosas supuestamente milagrosas, que podrían constituir un fraude, desde la lógica que ellos veían las cosas. Por supuesto, estos funcionarios no se habían cuestionado el asunto porque para ellos era normal lo que sucedía en las iglesias católicas, pero lo que pasaba en otras iglesias era objeto de sospecha. Los funcionarios estaban lejos de sospechar que su actitud era discriminatoria y que no estaban midiendo con la misma vara a todas las asociaciones religiosas, porque una de ellas está enraizada en las llamadas costumbres nacionales y por lo tanto se ven como normales, mientras que las otras se ven como raras o extrañas.

Esto no es cosa del pasado. Es una realidad que vivimos cotidianamente. Hace unos días, dos periodistas coincidieron en su interés por investigar acerca de la Iglesia de cientología o scientology. En sus preguntas, hechas de buena fe, se reflejaba el prejuicio con el que la población examina normalmente los nuevos movimientos religiosos. Entre otras cosas, me preguntaban por ejemplo, si la Iglesia de cientología podía considerarse una verdadera religión, ya que parte de ella suponía el cobro a sus miembros de sus cursos de superación. Les contesté a ambos que todas las religiones requieren de recursos para sobrevivir y llevar a acabo su misión y que cada una de estas religiones, en la medida que se convierte en una organización, supone la adquisición y manejo de recursos financieros, indispensables para su obra. Sin embargo, vemos muy fácilmente la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el nuestro. Nos parece raro que cientología cobre por sus cursos, pero no nos extraña que el sacerdote cobre (o pida un donativo, que es lo mismo, o a veces es más presión para el que requiere el servicio) por casar a alguien o bautizar a un niño. Si una nueva religión cobra por ciertos servicios, que luego serán utilizados para sus propósitos religiosos, nos parece extraño o sospechoso, pero nadie se cuestiona acerca de las colegiaturas costosas en una escuela católica. Eso es normal. Como nos parece normal que los obispos usen camionetas de lujo.

La peor de las discriminaciones es la que se hace sin pensar, la que se repite todos los días y la que el gobierno eventualmente termina promoviendo, por ignorancia o por omisión. Porque discriminar no es únicamente menoscabar los derechos de alguien o tratar a una persona desfavorable e inequitativamente. Es sobre todo, no hacer lo necesario para modificar una situación que la ha generado y permite que siga existiendo. Habría que ver si nuestro gobierno está haciendo algo para que esto deje de suceder.


1 comentario:

- Mario B. Lovegood - dijo...

waw... crei que iba a haber mas comentarios...


que fea sociedad tenemos. ¬¬ politicos pulgosos...