martes, marzo 11, 2008

Crac

Por Max Mejía*

Las secuencias la describen, la fisonomía de una colonia de casas bien montadas --muros pintados en off-white o colores pastel, techos no muy altos pero decididamente acogidos a la perspectiva plana del diseño surcaliforniano--, nos recibe: ‘Welcome to the new ´T.J. life style’. Entonces descubrimos el sonido persistente de detonaciones, cuya proximidad nos informa que en verdad estamos en un centro de operaciones de la mafia.

Sucedió en Tijuana ¿pero qué sucedió realmente?

El ojo mediático se clava en los movimientos de los cuerpos policíacos en torno al sitio --habitado por una inmensa mansión rematando en dos cúpulas--. Luego gira hacia fuera para describirnos, a través de una foto de niños desalojados de una guardería, las condiciones del paisaje exterior.

La serie de imágenes (llenas de intención, puesto que no hay imagen sin propósito) procesan el acontecimiento de de tal forma que no podemos dudar que estamos ante un hecho de rango extraordinario; esto que están viendo no tiene parangón en el país. La segunda parte del mensaje lo colegimos fácilmente: la nación no ha perdido el control, sólo Tijuana.

Para redondear el planteo, se nos recuerda el pasado de Tijuana: ‘ciudad del vicio’ traduce la revista Proceso. Nos asombra el poder de los medios: --El mal no tiene que ver con la importancia del dinero en la frontera ni con la densa red intercontinental de negocios turbios que la cruzan, sino con un lugar y un pasado que lo acusa.

Se nos indica que el problema es moral… ¿El asunto narco se rige por la moral? ¿Qué?; y de cierta forma normal su estirpe tijuanense --dado el perfil de quien se trata. Nos sorprende el planteamiento. Consideramos que es esquizofrénico a rebosar, que se anula a sí mismo. Pero nos equivocamos: el enfoque no pretende convencernos, sino controlar con su interpretación las nuestras propias. Lo que ocurre en Tijuana –infiérase-- no es obra del desastre nacional en la materia, es bronca de ésta, por lo tanto, déjesela sola.

Nos agita la cercanía de los balazos, puesto que ahora sabemos que solo nos atinarán a nosotros, a quienes vivimos en Tijuana. Ya empiezan a llegar los correos de nuestros parientes del interior de la república en que lamentan nuestra situación. En respuesta, les pedimos que también se cuiden, pues –no lo dudamos-- los episodios extraordinarios de acá bajarán en cuestión de horas hacia el resto del país, si no es que ya están allí y no lo han advertido. No hace falta decirles que la globalización mueve la geografía y allana la circulación de los tráficos. Eso sí, a veces se les hace ver que el centro esconde demasiado lo que pasa, mientras Tijuana lo muestra de manera cruda.

Bajo presión de la frontera y evasión del centro, que se siente el poder de la People y se da cuenta del lugar insular del gobierno, de su papel elusivo y sus palabras, siempre flotando en la orilla de la corrupción y el desbarajuste jurídico que asfixian la ciudad.

A Tijuana ya la patrullan las fuerzas armadas y uno debiera sentirse seguro, pero tiene una duda: ¿Quién explica cuál uniformado es auténtico y cuál imitación? Los contrarios también traen uniforme y tienen una apariencia y un lenguaje corporal tan similares que ¿cómo saber quién es quién?

El movimiento y Tijuana tienen una relación como de hermanos siameses: tránsito permanente de carros y gente siempre en las calles, así ha sido siempre y es poco probable que esto se modifique por la avalancha de la violencia. Sin embargo, la libertad de tránsito ya empieza a costar en detenciones sin motivo, revisiones e interrogatorios abusivos en la vía pública. Los operativos contra el crimen no logran dar seguridad, pero sí favorecen la intervención del espacio público por parte de la policía. La generalización de un estado de abuso policíaco no es improbable que ocurra y a no largo plazo en Tijuana. La frase “un policía para cada ciudadano”, aunque un exceso de la facilidad retórica del actual alcalde panista, no deja de significar la visión del gobierno. Cada ciudadano su policía que lo extorsione y traiga a carrilla todo el día.

El desprestigio de la policía local se alimenta en maneras arbitrarias y sospechas, en una ciudad donde es ya sospechoso ser joven, automovilista, gay, transeúnte, migrante, adicto, incluso estadunidense.

Los problemas de Tijuana remiten siempre a un punto límite: límite del país, de la geografía internacional –muro USA--, de la demografía, de la cultura. Crecimiento desmesurado, escasísimos parques, ínfimos espacios de arte, pocos sitios de recreación y mucha globalización, sostienen un mosaico cultural tan impresionante como frágil en sus estructuras.

Los gobernantes hablan recurrentemente de estos problemas, pero jamás tocan el asunto de fondo: la problemática cultural en que descansan.

La falta de atmósferas e infraestructura para el esparcimiento colectivo es, sin duda, lo peor de Tijuana. En esta ciudad no hay algo así como las tradiciones barriales, lugareñas, como en otras ciudades del país, lo que implica que su sentido de la fiesta colectiva es distinto, con otros parámetros y otras necesidades. Cuando la ciudad era manejable, las colonias hacían las veces de espacio de interacción comunitaria, pero hoy no queda nada de aquello. El sentido del entorno se reduce a la hostilidad del paisaje urbano, sin sitios para hacer deporte, caminar o disfrutar manifestaciones del arte.

Todos los gobiernos de las grandes ciudades se preocupan en proveer a sus habitantes, espacios acondicionados para el disfrute colectivo y una oferta de eventos que los congreguen en torno al arte, la celebración, el espectáculo o la fiesta. Tijuana, con arriba de tres millones de habitantes, ¿puede explicarse que carezca de ningún tipo de oferta?

La perplejidad que provocan los altos índices adictivos y de violencia, está mal planteada por los señores del gobierno. Lo sorprendente es que Tijuana no haya estallado.

¿Qué la sostiene en pie? En los textos de los escritores contemporáneos, Tijuana aparece bordeando siempre (sobreviviendo) la accidentalidad del terreno, la ficción y el tiempo y el espacio, nunca bien encajados. ¿Qué nos quieren decir? Que ahí hay una ciudad con un sentido y una textura cultural singulares que desconocemos o, mejor dicho, ignoramos. Los artistas y mucha de la producción artística que se genera allí, están fuertemente ligadas a esa “singular desconocida” y, de hecho, han logrado que hoy se perciba a Tijuana, tanto afuera como adentro de ella, con una imagen que trasciende la de la violencia y el discurso gubernamental-policiaco. Por su parte, grupos de promotores culturales –independientes— han puesto en escena --en espacios públicos-- iniciativas de arte que han convocado a miles de tijuanenses. No se trata, en ninguno de los casos, de la típica promoción comercial del artista, sino de una postura de gremio en torno a la ciudad: mostrar su textura cultural para pluralizar su imagen, provocar atmósferas públicas que les permitan a sus habitantes descubrir una ciudad distinta a la de la violencia.

La respuesta de los jóvenes ha sido impresionante y uno pensaría que la gente del gobierno hubiera cogido el mensaje. Pero no es así. El presupuesto para el organismo municipal ocupado de la cultura --el IMAC--, permanece en los mismos montos bajos de hace seis años. Su directora --una brillante ex promotora cultural independiente-- intenta dotar de oferta cultural los sitios próximos a la muchachada escolar, ¿pero con qué lo hará?

Los tiros se escuchan tan cerca que una amiga artista decidió de plano construir una inmensa cruz con miles de casquillos percutidos. En verdad la ciudad da esas imágenes. ¿Dónde están los defensores de la paz? ¿Dónde la reacción de los jóvenes? ¿Dónde la de los gays? ¿Dónde la de los grafiteros? Los artistas están muy solos en su esfuerzo, y es imposible saber entonces en qué acabará esto.

* El autor es promotor cultural en Tijuana y director de la revista "Arte de Vivir, Voz de la diversidad".

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