lunes, marzo 24, 2008

El miedo y las mujeres

Le enviamos el artículo publicado el día sabado 15 de marzo del 08 en el periodico: Reforma Sección: Opinión Pág. 19



Mayté Noriega
Ha empezado a oscurecer; termina el día, pero no habrá descanso. En cuanto el sol se pone empieza el miedo. Se tensan los músculos, se agita el corazón. No hay sosiego. Empieza la compulsión por hacer cosas para no pensar, para que el terror no paralice las piernas y haga temblar las manos.
Dónde esconderlos para que no los alcance un golpe, para que los gritos no los alteren, para que las ofensas no les duelan, para que el llanto de ella no los vulnere, ni les haga cometer una tontería como desafiar al monstruo en el que se convierte el señor que vive en su casa. A veces es el padre, a veces sólo un desconocido al que las frustraciones convierten en un energúmeno que a nadie respeta y menos si se trata de mujeres y menores.
Cuanta cobardía disfrazada de machismo con alardes de violencia.
Cuantos golpes sin sentido, para acabar de rodillas frente a la mujer de carnes magulladas a la que pide perdón sólo para tener la certeza de que no habrá de irse y aguantará otra golpiza, sin descontar las labores “propias de su sexo” para las que fue concebida y educada. Para muchas de estas mujeres no habrá un perdóname ni un mañana. Cada golpiza puede ser la última, la que las lleve a la muerte.
La escena se repite en los diferentes barrios de todas las ciudades y pueblos de muchos países del mundo, y no sólo no se detiene, sino que aumenta. Cada vez hay más mujeres golpeadas y con mayor saña.
Se hacen leyes para castigar a los agresores, pero poco se hace para proteger a las mujeres sometidas a la violencia. No hay campañas suficientes ni eficientes para que quede claro que no existe el hombre que haya nacido con el derecho de golpear a una mujer y que es obligación del Estado protegerlas. No hay presupuestos para crear la cantidad de albergues y refugios secretos necesarios para ofrecer garantías a las mujeres que, una vez vencido el miedo que las paraliza, huyen con sus hijos para buscar un espacio sin violencia. Un espacio en el que el hecho de ser mujer no implique ser agredida, humillada, vejada, violada, insultada, ofendida, golpeada y, en el extremo, asesinada.
Son muchas las mujeres que cada año mueren en el mundo, víctimas de sus esposos o sus parejas. Pero no es la dejadez o la resignación lo que las hace mantener por años relaciones de desigualdad y violencia; es el miedo. El miedo a no tener a dónde ir, el miedo a denunciar y que él cobre venganza, el miedo a no conseguir un trabajo para poder sacar a sus hijos adelante.
Y es un miedo justificado que aumenta, porque en la calle, habrá de encontrar un trabajo en el que es posible que se le someta, se le explote y se le acose sexual o laboralmente. Sin olvidar el hecho recurrente de que la paga será menor a la que reciban los hombres, aunque hagan lo mismo que ella, y sus prestaciones serán mínimas o nulas.
Todo lo dicho anteriormente, aunque cierto y documentado, es un lugar común, es una escena que se repite con más frecuencia de la que imaginamos. Pero hay otros miedos de las mujeres. Y no hablaré de las mujeres marginadas que son, en su mayoría, las que sufren las agresiones cotidianas de sus parejas.
Habremos de encontrar en los organigramas de las empresas mujeres en cargos de responsabilidad. Habrán llegado por méritos y serán éstos los que las condenen a años de humillaciones que vulneren su autoestima. Porque si bien en México no es un tema del que se hable abiertamente, precisamente por miedo, las mujeres son sometidas al llamado acoso laboral, conocido en otros países como mobbing, y que no es otra cosa que violencia.
Una práctica que se desarrolla cuando aquellos que ocupan los puestos de mando se sienten vulnerados por la inteligencia o capacidades de las mujeres a las que convierten en víctimas de las más diversas agresiones, para obligarlas a renunciar ante la imposibilidad de seguir padeciendo el acoso laboral, la violencia moral y sicológica.
Los testimonios recabados de aquellas mujeres que admiten haber sufrido acoso laboral revelan que éste puede prolongarse durante años, por el miedo que siente la acosada a perder el empleo y a que lleva tiempo admitir que se es víctima de hostigamiento laboral.
Hace casi 100 años se proclamó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora , y poco se ha logrado desde entonces para alcanzar la equidad laboral. Poco hay que celebrar, porque cada día se encuentran nuevas formas para vulnerar sus derechos y aceptar, por miedo, seguir siendo sojuzgadas.

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