jueves, marzo 27, 2008

Sin lugar para los “débiles”

María Teresa Priego

El Universal
27 de marzo de 2008

“Yo tuve 20 años. No permitiré a nadie decir que es la edad más bella de la vida”, Nizan. Un grupo de jóvenes se abraza en la foto (Delaney, blog e-joven). Tienen miedo. Dolor. Sorpresa. La nariz del mayor sangra. Se protegen. Abrazan al más chiquito. Son casi niños y ya saben. Muy bien. Que la pubertad. La adolescencia. Están lejos de ser ese mítico espacio de abundancia y esperanzas. ¿Esperanzas para quiénes? Los emotivos dicen que no esperan. Nada. Hablan del “suicidio perfecto”. Tal vez sí. Esperan. Algo. Aunque sea poquito. Puesto que se reúnen para hablar su desilusión. Puesto que quizá el único “suicidio perfecto” es el que se planea y no se comete. Para arrancárselo. Se reúnen en las plazas. Fueron por ellos. “Son unos débiles”. “Maricas”. A puñetazos y patadas.
Que una oleada de violencia se desate contra una minoría pacífica es un hecho histórico intolerable y repetido. El fascismo existe. Pero la elección de “la víctima” nunca es accidental. En la elección. En cada sociedad. Habla un síntoma. “Haz patria, mata a un emo”. ¿Qué les representan los emos —y su vulnerabilidad explícita— de tan intolerable? ¿Cómo sería —según los agresores— esa imaginaria patria, sin el “daño” del que acusan a sus víctimas? ¿Una patria de Rambos desalmados? ¿Por qué los odian tanto? ¿Porque son tan diferentes a ellos como pretenden los Rambos? ¿O porque los emotivos cumplen una involuntaria —¿insoportable?— función de espejo? El más interiormente desestructurado y frágil no es el que nombra su fragilidad. Sino el que golpea más fuerte.
Los emos son el reflejo de la vulnerabilidad que traemos dentro, encubriéndonos —cada quien según las reglas de su territorio y de su tribu— con los fetiches y las actitudes de “la fuerza”. Una calavera amenazante o una corbata chic.
¿Qué hago con mi vulnerabilidad? Una pregunta definitoria. Y la que sigue: ¿y si la muestro? Si me la permito, ¿qué (me) harían los otros con ella? Los emotivos encarnan el lenguaje “mal amado” (Apollinaire). Del abandono. Reivindican “la emoción antes que la razón”. El rosa. Se esculpen andróginos. Son percibidos como femeninos. ¿Será lo imperdonable para un fascio? Sus camisetas dos tallas más chicas son una declaración de principios: la nostalgia de la infancia. “Crecí y no me gusta. No me reconozco en este cuerpo, se me adelanta”. A diferencia de otros grupos que conocen “la selva”, los emotivos señalan —¿impúdicos?— que no pueden con ella.
La violencia intrafamiliar crece. Contra mujeres y niños. En un estallido cotidiano y “naturalizado”. Hay quien logra resarcirse de la vivencia de haber sido víctima en la empatía. Y se salva. Hay quien sólo soporta el pasado, repitiéndolo. En la alianza con el agresor. De víctima a victimario.
¿Por qué a los emos? Porque en un espacio público, como repetición de constelaciones familiares de vulnerables y golpeadores, los emos encarnan a los vulnerables. Quizá porque su demanda de amor tan explícita evoca la exacta memoria repudiada por sus agresores. El “sin lugar para los débiles”. El espacio “feminizado” de la víctima. Porque en las reglas de la tierra de nadie: “Sólo si te aniquilo me queda claro que el aniquilado no soy yo”.
Escritora

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